“Estoy enamorado: écheme o dejémoslo como está. No paso más tiempo en el teléfono por respeto a su persona, pero me pide mucho. ¿Debo entrar en su molde sin que usted se haya preguntado por qué quiere que las cosas sean de determinada manera? Pues no. Lamento no poder complacerlo ni ser flexible. Al menos hoy, yo sé por qué hago lo que hago. Necesito escuchar a esa mujer y normalmente tengo algo que decirle. Hablamos pocas veces al día y nunca pasa de diez minutos. Mi trabajo no suele afectarse, porque tengo la carreta delante de los bueyes y a Marte ahí mismo. Tampoco interrumpo la línea porque es doble, a veces triple, y suena un pitico cuando la gente llama. Soy loco -es decir: tal vez piensa eso- y sin embargo no soy una bestia. Pregúntese qué le fastidia en realidad. ¿Que me ve pasándola bien? También disfruto trabajar y luzco alegre. No importa qué métodos tenga que usar: procuro mantener una sonrisa en la cara. Creo que usted me entiende pero, como necesita hacer el papel de patrón, la coge con mis conversaciones. Es como si se congelara con esa emoción. ¿Verdad que me explico? Tratar de hacerme entender, semana tras semana, me roba energía que podría usar en dar más de mí, en llenarme de ideas y hacer que el dinero entre por tuberías a este lugar. Ni siquiera es capaz de disfrutar el afecto que le tengo, mi aura grande. Prefiere ser como piensa que es. En fin: me desinflé ya. Mi destino está ahora en sus manos (por seguro el destino de hoy) pero haga lo que tenga que hacer. De todos modos me siento como Superman. ¿No tiene algo que decir? Entonces deme el cheque.”
Hace como dos años Dyango vino a cantar a Miami y alguien del público le pidió “Bancarrota”, que en realidad es una canción de Braulio. Veo dos posibles razones para esta equivocación: 1. Dyango y Braulio (hablo de las palabras) tienen rima asonante. 2. La música de aquel tiempo se parece a la de aquel tiempo, como la de ahora se parece a la de ahora. Dyango y Braulio no se imitaban y de todos modos, en regiones donde la gente está en otra cosa, los han convertido en un solo cantante y nadie pagaría por distinguirlos –así ocurre con Serrat y Perales en regiones peores. El español habría pensado, en la soledad ciega de la platea: “Si dejo de cantar un solo día no me van a reconocer ni en las terminales”. Es malo confundir las proporciones de la misión, convertirte en su esclavo en vez de disfrutar su libertad, su mística necesaria. Ni el espíritu ni el animal deberían desgastarse para dejar una maqueta de sí mismos. ¿A quién le importa, en realidad? Sale más fácil hacer teatro que cuidarse históricamente. No estaba allí: me lo contaron. Menos mal que no estaba, pues me hubiera dado por llorar.
Era un sitio aburrido. Habían sacado la ley famosa y para fumar en un bar hubiéramos tenido que ir a New Jersey. Salíamos por turnos, por miedo a dejar la cerveza sin vigilancia. Cuando me tocó por primera vez casi me muero: el frío pasó a través de mí sin respetarme; tenía que halar mucho para sentir el Marlboro. Mi paisaje era un barrio desierto, pese a ser “céntrico” y figurar en los mapas que te venden. Calculé dónde podríamos fumar de lo otro, cuando saliéramos. En esos casos yo trato de tener un feelling del lugar, que la invitación venga del exterior y no encapricharme en un espacio porque luzca ok. No me llegaba nada, así que desistí. Fumaríamos al regresar al Bronx. Terminamos sin penas ni glorias en aquel bar. Apenas estuvimos afuera ella se antojó de que sacara el prajo y le dije que no, que debíamos esperar. Ni escuchó. Me agarró de la mano y me arrastró hacia la entrada de un edificio cuyas escaleras, en vez de subir, bajaban. No era un mal sitio, aunque sentía resistencia. Pasó una sola persona mientras fumábamos. No era americano. Nos sonrió con cierta complicidad, como si pensara: “Yo los comprendo, no los juzgo”. Acabamos rápido, con más alivio que nota. “¿Viste que no pasó nada?”, me dijo ella mientras caminábamos hacia el metro. “Qué bueno”, respondí. No habíamos adelantado dos cuadras cuando nos salieron al paso varios policías vestidos de civil, con la placa famosa (NYPD) colgando de los abrigos. Nos arrinconaron. “¿Where is the weed?”, gritó el que parecía puertorriqueño. Le di el paquete de Marlboro y traté de convencerlo de que mi novia no tenía nada que ver, que la dejaran ir. “Nuestro jefe la vio fumar también” (de este modo supimos quién era el tipo con cara de cumpleaños). Sólo cargaba dos tabacos pero fue suficiente para conocer al juez –24 horas más tarde: es muy solicitado. Pienso que de verdad todo se puso feo desde que vieron nuestras licencias. Los Yankees habían perdido contra los Marlins el día anterior.
Caía el cubierto desde la altura, por el cielo infinito, arriba de una muela. Cuando los pájaros realmente se van (ocurre a menudo), se agarran de esta línea, se convierten en luz de plata, no sé por qué. (...) Dedico esta lluvia a las ex-federadas, ex-jefas de bloque; también la dedico a Pete Rose, en su martirio. Contigo di mil vueltas, contigo busqué la dirección. Soy el fantasma de un solo ojo. Evo Morales. Soy la amenaza. Nuestra iglesia, nuestro vaso, nuestro desaire físico, nuestro elemento. Dedico esta muerte a las ex-cavadoras: muerte por agua. (...) Ella leía las Advertencias del Cirujano General. Su piel era suave. Sobre su cara jugaban la sombra y la luz. Tendidos en la hierba, con ese calor, hablábamos de morir. Pero era estilo, era la sangre que se contiene. Ella observaba o leía, me regalaba Uno (estable), abandonaba el Jardín de Nuestro Señor. (...) Un mantenido, un príncipe, una lista de agradecimientos. Sobrevive hasta julio, siendo albacea de tu legado, y llega a una playa desconocida. Un buscador, una imaginación. Y regala los cocos, la existencia, y recoge al Elefante de Asia. (...) Arregla el daño visible de un Buick. Si fuese esclavo del mundo, en este sueño lo sabría la gente del mundo. Tiene reparación, metido en un Buick: se hace un lugar entre los planetas (...) Una vez dentro, el mate domina la situación. Al corazón le dice: “Estoy caliente”. Valor en la hora fula, una vez dentro, anima el Centro de Decisiones. Si pasa el tren o me señala un pájaro azul, cagándome, al corazón le digo: “Estoy caliente”.