Losers & Winners
Era un sitio aburrido. Habían sacado la ley famosa y para fumar en un bar hubiéramos tenido que ir a New Jersey. Salíamos por turnos, por miedo a dejar la cerveza sin vigilancia. Cuando me tocó por primera vez casi me muero: el frío pasó a través de mí sin respetarme; tenía que halar mucho para sentir el Marlboro. Mi paisaje era un barrio desierto, pese a ser “céntrico” y figurar en los mapas que te venden. Calculé dónde podríamos fumar de lo otro, cuando saliéramos. En esos casos yo trato de tener un feelling del lugar, que la invitación venga del exterior y no encapricharme en un espacio porque luzca ok. No me llegaba nada, así que desistí. Fumaríamos al regresar al Bronx. Terminamos sin penas ni glorias en aquel bar. Apenas estuvimos afuera ella se antojó de que sacara el prajo y le dije que no, que debíamos esperar. Ni escuchó. Me agarró de la mano y me arrastró hacia la entrada de un edificio cuyas escaleras, en vez de subir, bajaban. No era un mal sitio, aunque sentía resistencia. Pasó una sola persona mientras fumábamos. No era americano. Nos sonrió con cierta complicidad, como si pensara: “Yo los comprendo, no los juzgo”. Acabamos rápido, con más alivio que nota. “¿Viste que no pasó nada?”, me dijo ella mientras caminábamos hacia el metro. “Qué bueno”, respondí. No habíamos adelantado dos cuadras cuando nos salieron al paso varios policías vestidos de civil, con la placa famosa (NYPD) colgando de los abrigos. Nos arrinconaron. “¿Where is the weed?”, gritó el que parecía puertorriqueño. Le di el paquete de Marlboro y traté de convencerlo de que mi novia no tenía nada que ver, que la dejaran ir. “Nuestro jefe la vio fumar también” (de este modo supimos quién era el tipo con cara de cumpleaños). Sólo cargaba dos tabacos pero fue suficiente para conocer al juez –24 horas más tarde: es muy solicitado. Pienso que de verdad todo se puso feo desde que vieron nuestras licencias. Los Yankees habían perdido contra los Marlins el día anterior.
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