Un solo fenómeno. No estás afuera. En Hialeah cantan los gallos y en el sueño trabaja el observador. Si el poema ya está en la vida, es traspasable. Cuando Manuel Sosa hacía carbón, lejos de la cultura, su cuerpo era lo único que tenía. Vio las líneas que hay, un camino entre la hoguera y el sol, y sólo su cuerpo lo recuerda. La poesía es todavía un letargo: te da la hierba que necesitas y en realidad te abandona; es anormal cuando no te dispone para la muerte. Si tu cuerpo te mira, entra en la zona de la descripción; va a proponer objetos físicos, inmediateces sobre el misterio físico. La comunicación que has visto entre los animales, el empuje, el baile que dura una noche: lo que convierte esa excitación en victoria es la mirada de la muerte. Te lo prestaron. Es prestado. Estás en un lío con la descripción pero sabes que el placer es divino, es placer.
Para el espirituano genérico (patriota, medio mártir) su buena o mala suerte es el único paradigma. Vuela (o se hace la idea) pero ha sido incapaz de romper el moldecito: no se caga en Martí públicamente; disfraza, como ahora, la queja. Salió de Hialeah con el corazón roto, sin misión. El West lo abortó y el East no era digno de un príncipe. Desde su paila oyó cerrase, una tras otra, las puertas de sus amigos –aunque no se paró frente a ninguna. La tristeza no eligió por él: no terminó en el Army, no buscó a las ex-novias, no se disfrazó de borracho, no lo anotó. Abrió el periódico y necesitaban personal en Virginia, en la agricultura. Quería desaparecer o que lo necesitaran. Esa gente ofrecía ambas cosas y encima lo irían a recoger en un van grande, blanco, de los que cargan hasta quince bautistas. El costo del viaje se lo descontarían del primer sueldo. Ni lo pensó. El tiempo vuela y a la semana cantaba El Rey entre los surcos de tomate. Cuando llegó el día del pago y no vio movimiento, entendió que hubiera salido más barato ir en avión. Un descaro. Le salió el patriota, el mártir, y fue hasta la oficina con la intención de armar lío. Su patria era la tomatera, su gente hablaba mexicano y él tenía misión. Me apena contar lo que pasó. Ni siquiera pudo salvarse a sí mismo. Descubrieron (tal vez fue indiscreto) que tenía “papeles” y lo sacaron del campamento en menos de dos horas –con los ojos vendados, porque el regreso es más fácil de recordar. Apareció en Tampa días después, bastante sucio y con el pelo enredado para siempre. Consiguió trabajo de oficina apenas se bañó. Vive a unas cuadras del sitio en que Martí pasó temporadas agregado. Un día le dedica un padrenuestro y otro se caga en él -secretamente.