1514: Apología
Para el espirituano genérico (patriota, medio mártir) su buena o mala suerte es el único paradigma. Vuela (o se hace la idea) pero ha sido incapaz de romper el moldecito: no se caga en Martí públicamente; disfraza, como ahora, la queja. Salió de Hialeah con el corazón roto, sin misión. El West lo abortó y el East no era digno de un príncipe. Desde su paila oyó cerrase, una tras otra, las puertas de sus amigos –aunque no se paró frente a ninguna. La tristeza no eligió por él: no terminó en el Army, no buscó a las ex-novias, no se disfrazó de borracho, no lo anotó. Abrió el periódico y necesitaban personal en Virginia, en la agricultura. Quería desaparecer o que lo necesitaran. Esa gente ofrecía ambas cosas y encima lo irían a recoger en un van grande, blanco, de los que cargan hasta quince bautistas. El costo del viaje se lo descontarían del primer sueldo. Ni lo pensó. El tiempo vuela y a la semana cantaba El Rey entre los surcos de tomate. Cuando llegó el día del pago y no vio movimiento, entendió que hubiera salido más barato ir en avión. Un descaro. Le salió el patriota, el mártir, y fue hasta la oficina con la intención de armar lío. Su patria era la tomatera, su gente hablaba mexicano y él tenía misión. Me apena contar lo que pasó. Ni siquiera pudo salvarse a sí mismo. Descubrieron (tal vez fue indiscreto) que tenía “papeles” y lo sacaron del campamento en menos de dos horas –con los ojos vendados, porque el regreso es más fácil de recordar. Apareció en Tampa días después, bastante sucio y con el pelo enredado para siempre. Consiguió trabajo de oficina apenas se bañó. Vive a unas cuadras del sitio en que Martí pasó temporadas agregado. Un día le dedica un padrenuestro y otro se caga en él -secretamente.
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