Siete gotas negras
Basta con que aparezcas una, dos veces, para que llenes el disco duro de un día. Casi no pienso: voy revisando los fenómenos, me quedo en el impulso de catalogar. Mi madre y Dios lo dicen: para pensar se necesita algo que no me dieron. Llenas la sala en que solía esperar al Visitante, vacío como un buey, con una cerveza por los hombros. Recuerdo los objetos que nos acompañaron, cómo lograban resurrección propia, una semana más tarde, en manos haitianas. Ahora inventa platillos que sobre todo llevan tuna, envuelve regalos con el papel que sobró de san Valentín. Me asombra sentir amor puro, conocer la resaca y abandonarme, preferiblemente, al mundo que viene después. Se orienta por el cielo: te olvida tanto que no te conoce. Frente a mis ojos cayeron siete gotas negras. No estaba más allá sino más acá. Hay cosas que sólo se explican en un tren, viendo pasar los campos. He aquí la marca de tu camino: si algo quedara sin cuadrar, aquí regresaremos a repasarlo aunque nos acusen de aparición. O nos den muchos nombres. Mientras los seres vienen por mí, lanzo los dados y me acerco una estrella roja a la boca. Hablo del mundo desde el que fue lanzada esta manera de representar. Allí se escucha el ruido de la invocación, al aire lo surcan unos canales. La vuelta del mercado, frente a mis niñas, mientras los seres vienen por mí, canta con sobriedad a la cabeza, a la cerveza, a siete gotas negras.
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