Estatuas de sal
La mente se ha enredado con ella, la ve caminar en otra dirección. Nunca mira hacia atrás; no ve lágrimas en sus ojos, sólo su paso lento hacia la nada. La mente pone el ejemplo de una mujer que ya no tiene rostro, nombre, historia, y es ahora una sensación de Sagua la Grande, un alfiler aguantando las telas que nunca unirá hilo alguno. La mente sabe que tiene que romper otra vez la casa de la mente. Para salvarla mientras camina hacia la nada y no se vuelve para mirarnos, para subir-bajar a un tiempo el caminito a la Poza de Quetzalcoatl. Con la pregunta “¿Cómo le deseo felicidad?” se inicia casi siempre un combate mortal –que dura mil años. La mente se apiada del cuerpo insatisfecho y recuerda su propia insatisfacción. Y con el mismo ánimo preferiría que no tuvieran olor las cosas, que se borrara su recuerdo, que aún anduviese por Moscú.
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