I Hate Bronco
Es cierto lo que dijo la señora Gladys en la parada de la 8 y Ponce: fumar es como aspirar el humo de un tubo de escape. Qué sencillo, qué bien expresado. Sólo escuché una sentencia tan clara en mi primer día de trabajo en La Carreta. El manager me mandó a quitar el arete; le pregunté por qué y dijo con solemnidad: esto es cubano, papo. Naturalmente la señora Gladys hablaba de cigarrillos, de tabaco real. Siento la falta de aire de quien se hubiera colgado de un Toyota y jugado con sus emanaciones. Se propagó el rumor de que yo estaba enfermo -casi más que el mismísimo William Blake, famoso desconocido. Las orejas de tercera o cuarta generación llamaron a preguntar qué onda. Todo parecía tan verosímil que empecé a creerlo. Dios mío, qué embarque; ¿cuántos días me quedan? Ni siquiera los médicos adivinan. No es probable que pueda poner en orden la mitad de una sola cosa pendiente. Soy intenso. Nunca he logrado resolver algo en un día. Ocurre cuando la cagas aquí, con frecuencia estable, y no se ve lo que fundas en otro mundo.
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