Cuando estuvo en la calle, su peor enemigo fue la autocompasión. Llegó a sentir los clavos de Cristo pinchando sus manos y pies mientras caminaba por la 8, pensando solamente: “Cojone’, qué hambre”. Ese esfuerzo sobrenatural por retener el aspecto, el feeling de la comida, le fue inutilizando zonas valiosas de su cerebro, antologías muy ordenadas, profiles. Por mantener el vivo recuerdo de un sabor, olvidaba caras de amigos, nombres, fechas, calles y pueblos enteros. Se hizo invisible para el prójimo (a nadie le gusta ver gente fea), lo cual tiene ventajas y desventajas. Se fue acabando su representación y apareció su ser básico, el reptil que sabe lo que hace, aunque sea un baby. Ni siquiera sus mujeres heroicas pudieron ayudarlo, pues no las veía, habiéndose quedado en otro reino lo que le inspiraron. Anestesiado y santo es casi lo mismo. Las ideas cedieron espacio a las sensaciones. Lo único que hacía era echarse por ahí a anotar cosas (“Vivir en sociedad es comer y cagar entre animales que sienten como tú, pero si las bocas no se encuentran, si no sudan trabajando con el tamal, frente a frente, tampoco se rozan las palabras”). Se nutría de la vitalidad cósmica y de los vapores que salen de El Exquisito. Y cuando se acostumbró a no comer, a la soledad grande, entonces y sólo entonces se murió -igual que el caballo del isleño: suavemente. Tuve la honra de acompañarlo en su tránsito y anoté sus últimas palabras: “Let me have a big order of fries”.
Se mantiene, camarones alfredo, en lo de la síntesis. Yo atestiguaba para mí, entre leones flacos, previendo la hora de mi poder. Se mantiene y describe las actitudes, sólo por esta noche. (...) Vamos a recoger un premio, vamos a conocer la nieve, vamos a entrar en la biblioteca. Por una emigración del animal, por la alegría del animal, por la 75. Vamos a subir y bajar lomas, vamos a cruzar el Tennessee. (...) Mi amor se escurre en lo provisional, en el mandato físico. La vida está empezando, está acabándose. La muerte y el lío del corazón, frente a la nada, contando las gallinas por última vez. Su punto de giro: tenía fiebre y la guagua dobló en la 26, rezó a la Virgen y mejoró. (...) Es una bruja pero también, lo sé, una mujer simple. No quiso contagiarme pero lo hizo. Hay una puerta y ella está a ambos lados. Like a bird on a wire, vive en el tiempo y fuera de éste, azul. Mi banda, comprada en el mercado de la Basílica, nos unió una noche, dos noches. Si la extraño alcanzo a verla en la oscuridad. (...) Ya no dirá “metástasis” antes que yo. Pasó la guerra. No me estimulan los bonos del Tesoro. Debajo de las burkas, la mujer interior, que es bien intencionada, sufre por ella y por la tierra. (...) Esta es la libertad: describir la arepera antiadherente, por mencionar algo, en vez de la venganza de un policía. Esta es la sensación: que la cultura nos va sacando todo. Cuando regreso del mercado o lo veo en un sueño, me desamarro alguno de los collarcitos. Esta es la libertad, por mencionar algo: no escribe tu nombre ni recuerda la noche en que te parieron. (...) Vaca negra, vaca blanca. Nuestra heredad era la mente arriba de un camión, la mente despierta. En mis apariciones atestigüé la fugacidad. En las casas del vino, como un ejemplo de lo que se pierde, pensaba esto: “Voy a mirar el río de agua nueva, por la quinta, las hojas nuevas en los árboles viejos”.